viernes, 5 de febrero de 2016

Día #3: Dientes.

Se acerca el final. El tan esperado desenlace. Algunos, los de conciencia intranquila, lo llaman día del juicio. Yo no creo en la moral acomodaticia de los humanos. No existe quien pueda juzgarme ni quien entienda mi suplicio y mi absoluta necesidad de retribución.

Estoy cansada de huir como alimaña, de esconderme, de siempre dar la otra mejilla. Harta de ser la culpable de los crímenes que se cometieron en mi contra.

Anoche soñé con una muchedumbre, pude reconocer algunos rostros, quedé fría e inmóvil. Me arrastraron por el pueblo, me gritaban y escupían, incluso los niños.
"¡Puta! ¡Bruja! ¡Asesina!" sonó el grito colectivo. "¡Bestia!"

Cuando llegamos a la plaza, al lado de la iglesia, comenzaron los golpes, patadas y puñetazos. No se detuvieron hasta arrancarme el último diente. Éstos brillaban en el charco de sangre negra.
A la distancia pude reconocer a mi madre, vestida de negro, ataviada con un manto aún más negro, se deshacía en llanto.

La multitud me exhortó: "¡Arrepiéntete y tu alma descansará en paz! ¡Arrepiéntete! ¡Arrodíllate y pide perdón!"

Habían dispuesto una hoguera en el centro de la plaza. Rogué que me soltaran: "¡No necesito ayuda!"
Salté sobre las llamas y el mundo entero se hizo infierno. Aquel gentío se retorcía en un mar de fuego. Yo sonreía porque el calor abrazó mi cuerpo sin herirme. Ya nada ni nadie volvería a lastimarme.

Nunca me sentí tan libre.

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