jueves, 19 de febrero de 2015

Primavera yerma.

Escuché mencionar algo sobre el síndrome de pensamiento acelerado, de existir, probablemente, sea el origen de mis males. Montado a la ola de ansiedad mi mente viaja tan rápido y agota a mi cuerpo que no puede seguir el ritmo. Entonces, padezco.
Tirado en la cama como asesinado por mis pensamientos, ¿estoy muerto? Mi cuerpo es un ataúd donde se pudre mi alma, no se nota porque aún me crecen el pelo y las uñas pero no estoy en ninguna parte.
Los pensamientos rondan mi cadáver como buitres extasiados por el aroma de la podredumbre. (Hermosa palabra: podredumbre).
Acaba de morir mi mejor amiga, era un derroche de vitalidad, siempre contenta de verme, conversadora, alegraba mi presidio con masajes y dulzura, una hermosa felina llamada Medialuna. A veces creciente y ahora por siempre menguante.
Abracé su cuerpecillo inerte, lágrimas brotaron de mi rostro inexpresivo, la sangre en el piso mezclándose con leche, mierda y orines.
Tres días y tres noches duró su agonía, quedé exangüe y ella tiesa, entre gritos y estertores se deshizo mi alma, como un ovillo. Celebro el fin de su pesar pero lamento la continuidad del mío. Es un obsequio de la vida ver morir a quien se ama. Más de una vez me cubre con estos dones, no soy digno.
Ya no puedo conciliar el sueño, si pudiera no volvería a despertar, es la única explicación para mi insomnio prolongado, sueños asaltan mis pensamientos. Escuché gritar de dolor a Medialuna, acurrucada bajo mi cama, cuando apareció la Muerte. Rogué que me llevará pero no hubo caso, me apartó de su camino cual bicho despreciable.
Quedé fascinado por su investidura, no la imaginé así. Su túnica rojo sangre y harapienta ondeaba al viento imposible y supranatural, un ave negra. Su rostro no se parecía a nada, masa oscura de circunvoluciones etéreas, sin ojos su mirada compasiva se cernía sobre la gata, como si la cama ni yo existiéramos para ella.
Un arrebato de vehemencia me arrancó un clamor desesperado: ¡Que me lleves, no soportaré la pérdida! Entre estertores grite mi amor pero sólo nos compró unas horas. Luego, me sentí el ser más despreciable y egoísta al prolongar la agonía.
Vagos recuerdos de mis asuntos mundanos en el momento del accidente, mi cabeza distante me impidió actuar con celeridad. No me siento culpable pero sí responsable en gran medida del desenlace fatal.
Encerrado en mi carcaza prendo inciensos para disimular el olor, me pincho cosas en el cuerpo para simular la vida que no tengo.
La enterré en el patio, quiero plantar rosas sobre su tumba, eso a modo de plantearme expectativas sobre el futuro.
La primavera, también, viene a morir a mi patio.