jueves, 18 de junio de 2009


Quizo consolarme con la paz de cristo
conociendo mi desprecio por esa paz
de clavos en las muñecas
de lanza en mi costado
esa paz sedienta de muerte
de sepulcros vacíos
con grandes bocas cerradas

Esa paz tortuosa de agonía
de resucitar cada tres días
sólo para volver a sufrir bajo el azote
para morir infinidad de muertes
Y cuando el silencio?
Y cuando...?

domingo, 14 de junio de 2009

Calles frías de medianoche.


Calles frías de medianoche, calles ciegas y mudas. Las cuencas vacías de la noche rutilaban entre nubes de tormenta.
Jaulas de vidrio, blanqueados muros de antaño. La noche, bestia indómita que me rodea con sus dientes rechinantes.
Estoy. En la búsqueda de algo sin nombre, algo que no se me presentará como deber ser sino como querer ser, en la búsqueda de una ambición, quizás, o simplemente un camino para seguir.
Ese era mi pequeño manojo de certezas, probabilidades. Y aún creyendo que era yo en mi búsqueda pronto descubrí que algo me andaba buscando.
Dando vueltas como una aguja sin norte, perdida entre frígidas sombras, la incertidumbre se apoderó de mí y una repentina necesidad. Pensé que la repuesta debía estar adelante, siempre adelante. Efectivamente, había alguien adelante.
Fútil verborrea, palabras se escapaban de mi boca como baba leve hasta los oídos encerados del destino, pregunté por el camino, aquella figura pálida tenía sus propios planes, sus propias necesidades que me encontraron con la guardia baja, tenía su propio vocabulario que a mis oídos llegaban como murmullos bajo el agua, como el mundo reacomodándose 45 grados hacia la izquierda.
El tiempo parecía desdoblarse como polaroids de la escena del crimen, acomodándose uno al lado del otro como en un muro de ladrillos. Yo contra el muro, mis mejillas aplanadas sobre la superficie rasposa, mis manos detrás inutilizadas, el metal frío, más frío que la noche, mi cuerpo ardía con la fiebre de la sorpresa, un objeto contundente en la nuca y la noche apenas comienza.
No estoy segura de haber podido resistir, supongo que sería un conocimiento inútil, pues nunca opuse resistencia, sabía que alguien debía mostrarme un camino y si éste era el camino no tenía sentido luchar, el río caudaloso del deseo me llevaría a donde tengo que estar.
Entonces mis ojos se abren como muslos a la opresiva oscuridad, y mis muslos se abren como ojos, hacia un arquitecto del caos, al calor de una violencia intuida pero jamás saboreada. Hay cosas en la vida que nos llegan como arrebatos inexorables, espejos que encontramos a nuestro paso y nos confrontan, nos obligan a mirarnos desde afuera para luego clavarnos en un nosotros más palpable, más explorado.
El placer, ese monstruo casi extinto en la fauna de mi vida se me presenta como ineludible en este momento, lo estimo y no quiero cuestionar porque ahora me respira en el cuello.
Besos turbios amenazan con devorarme, mi cuerpo va tomando forma bajo el pincel de una boca y desaparece para trocarse en sentimiento, una nariz que me esnifa para intoxicarse con el aroma tibio de mi vida, desea disolverme en su sangre y que le vuele la cabeza.
Más despacio, no iré a ningún lado…
Se detiene, cavila, plantea otra aproximación. Sus manos sobrevuelan mi cuerpo lentamente sin tocarme, siento el aire aplastado entre mi piel y su piel, algo como una electricidad que nos mueve a actuar; vendas me cubren los ojos pero otro ojo oculto se abrió para ver con la luz de mi alma un escenario sin prejuicios restrictivos, alguien desnudaba el lado oscuro mi luna, me deshojaba como rosa de medianoche, los botones de mi camisa claudicaban, unas manos reptan bajo la tela, bajo el encaje para sentir la vida que exhalan mis poros.
Esas manos como cabras locas me enseñaron el camino a un bosque solitario de árboles petrificados, me abrieron las puertas al jardín prohibido, olvidado. A ratos parecía incongruente respirar, el aire huía de mí tan pronto como lo asía con la esponja dentro de mi pecho y esas manos despeñando profundamente en el agujero del conejo o quizás del gusano, proyectándose en otro universo, internándose en lo desconocido. Me sé víctima del placer, de tanto deseo desatado, de tanto ser que se expande.
Cómo mi piel se muere por ser la necesidad inmanente de otra piel por un segundo aunque sea, como ver ese segundo morir y que nazca otro. Me abraza, me aprieta contra su cuerpo como deseando penetrar en los pequeños espacios libres, el tejido intersticial que me compone, ritual de horas, se aleja.
Otro momento, me alimenta. Soy una niña malcriada que necesita que le digan que hacer y cuando. Su torso es mi plato, no podría comer de otro modo, tengo que limpiar este plato. Él conoce mis necesidades cíclicas y no desea quebrar ese equilibrio vital.
Me baña. Una ducha caliente, imagino su cuerpo desnudo junto al mío, sus manos me enjuagan, estoy empapada, me envuelve en espuma jabonosa, seguramente blanca, me empuja contra la pared fría, comparto sus deseos fraternos, su abrazo me estremece, somos siameses de la cintura para abajo. Meticuloso, me seca para que no agarre mucho el frío, me cambia las vendas por otras secas, no me deja mirarlo con estos globos de carne y agua, no quiere que vea lo que todos pueden ver con facilidad, me deja ver lo que sólo yo puedo, lo que sólo yo debo…
Ahora soy la madre ciega que amamanta el capricho de un hijo que la adora pero que terminará rompiéndole el corazón, bestia peluda con tentáculos de velcro, su lengua busca la mía como un camaleón su camino, errático, pensativo, entre nubes de dudas.
El retorno de la violencia, es un ánimo que nos posee y mete cosas en nuestra cabeza, no hay otro remedio a todo el ruido de adentro mas que exorcizar los demonios de su cuerpo en el mío. Me ata a la cama, me amordaza cosa que parece innecesaria pero me complace, cada vez más adentro de mí. Empieza a golpearme con su cinturón, primero golpes aislados, bien analizados para luego perderse en la orgásmica golpiza, el cuero grita contra mi espalda, en mi boca se ahoga el grito, a punto de desfallecer se detiene, se monta en mi espalda, lame la sangre, me sodomiza.
El dolor es un placer tan profundo…un abismo en el mar, deja escapar una lava que nos quema en la piel, nos marca en el alma.
Me parece haber dormido por siglos. Soñé con él, lo último que recuerdo antes de despertar son sus manos sobre mí, una fuerza desconocida y oscura nos separó tan súbitamente que sus manos se desprendieron de su cuerpo, lo vi derretirse mientras se alejaba. Desperté llorando pero mis lágrimas cedieron cuando lo sentí dormido sobre mí, su verga acunada como un bebé satisfecho entre mis nalgas.
Te das cuenta que un día estaremos muertos para siempre. Ya no despertar todas las mañanas, ya no soportar el peso de la vida en nuestros hombros, ya no desesperar frente al inconmensurable abismo del devenir, la negación de la negación, la disolución final, retorno al todo que un buen día nos vomito y poco a poco nos va devorando.
Esa condena a muerte eterna que es la vida…la comprendo y abrazo, pues ahora respiro y siento, sé que no siempre fue así y que jamás volverá a ser así.
Tres meses después seguía martillando en mi cabeza una pregunta: ¿Por qué sigo con vida?
De mi pecho manaba un amor como lava, que corroe todo lo demás, un amor que ya no podía erupcionar sobre aquel objeto amado, inerte. Me lleve sus manos conmigo, su tacto me estremecía pero además era la constatación de lo imposible. Son las últimas reflexiones frente al vacío, nos vemos en el fondo.
Compartimos algo puro, un clímax inenarrable, después de esta noche todo lo demás será gris y sin sentido, recorrimos un camino del cual es imposible retornar.

miércoles, 10 de junio de 2009

El engendro

De manera que el verdadero motivo de la corta estadía de Marta en el hospital fue callado por nosotras dos como un secreto innombrable, un hecho del cual debíamos borrar todo registro memorístico para evitar ser consumidas por él pero ese silencio consensuado se transformó demasiado rápido en una muralla infranqueable que nos separaba, no sólo a mí y a Marta sino también a nuestros padres, debía tener mucho cuidado de no hacer ningún tipo de alusión a lo sucedido y cada vez me parecía más difícil de sobrellevar la carga de tan oscuro secreto.
Y sucedió lo que tanto temía, pensé que me sentiría mejor al confiar mis pesares a mí diario pero un fin de semana, mientras mamá arreglaba la casa, encontró mi cuaderno bajo el colchón y no supo contener su curiosidad, la misma curiosidad que condenó a la esposa de Lot condenó a mi madre. Entré en mi habitación y al verla ojeando mi diario corrí hasta ella, me arrodille frente a su regazo y mientras cerraba el diario nos pusimos a llorar, me cuestionó por no habérselo comentado y yo ardía de vergüenza mientras me sermoneaba como si yo fuera la culpable de todos los deslices de Marta, sabía que no era a mí a quien correspondía ser madre de Marta pero era mi culpa, enteramente mía, aun cuando no quisiera aceptarlo y fue mi desobediencia, mi reticencia a seguir cargando con el mundo sobre mis hombros que mi madre enfermó.
Esa noche tuvo suerte, después de tomar una botella de vodka con un par de amigas se sentía como la mierda, la cabeza le daba vueltas y se puso a vomitar hasta el almuerzo del día anterior en una esquina pobremente iluminada. Era casi una moda practicada por todas sus amigas que aseguraba el pleno disfrute de la fiesta sin preocuparse nunca de beber demasiado, utilizar su derecho al vomito para deshacerse del alcohol sobrante que le impida continuar tomando como los romanos durante sus ceremoniosas y caóticas orgías, se consideraba una bulímica de fin de semana, pero esa era una definición un poco errónea pues todas las noches buscaban excusas para chupar con los amigos, toda una institución.
Él le invito un porro al cual ella no se pudo negar, las pastillas eran las que más le martillaban la cabeza, como diez diferentes todos los días para mantenerse sana, o eso decía la psiquiatra; recordó que hace sólo una hora estuvo plantada en un sofá pidiendo misericordia a la gravedad, tratando que el mundo no le pase como un tren por encima, en vano.
Hacia un poco de frío esa madrugada, el calor de la pesada tarde le pegoteaba la ropa por su delicada piel y el fresco nocturno le sacudía la carne blanda con fiereza, se sentía desnuda ante los elementos; un tibio vaho se desprendía de su boca cada vez que el denso humo acariciaba su garganta lastimada; él le hablaba al estilo de la profesora de Charly Brown cuando retornaron las penosas arcadas, ya sólo quedaba alcohol pero seguía vomitando como si comiera como se debe. Su madre consideraba preocupante el exiguo apetito de su hija pero no había mucho que pudiera hacer, tenía que trabajar todo el día y le daba una visita relámpago a su casa para almorzar, en ese breve periodo le resultaba complicado controlar que comía su hija o dejaba de comer, apenas tenía oportunidad, ella se escabullía hasta el patio y le ofrecía la mayor parte de su almuerzo al perro, quien lo recibía gustoso meneando agradecido el rabo sin saberse cómplice de la anorexia de su amada dueña.
Cuando no hubo nada más en su estómago que vomitar se reunieron con los demás, ahora podría continuar bebiendo por unas horas más, hasta que el alcohol le ganará y la tumbará, y la aurora, con sus cálidos rayos hallaran su humanidad desparramada en cualquier plaza, el sábado más viejo del mundo, plagado de resaca, en el cual deseara nunca haber nacido, por enésima vez.
Sus jeans ajustados y su blusa negra se contornearon de regreso al sofá una vez adentro, la casa era un desastroso bacanal, iluminado con débiles lámparas desperdigadas por los rincones, paños de colores brillantes colgaban de las raídas paredes dándole un toque bohemio a la sala, algunas personas bailaban ritmos desaforados y otros, sentados alrededor de la mesita, observaban con paciencia la lenta procesión del vaso de vino con una atención casi hipnótica esperando sus respectivos turnos; horas antes había llorado como un bebé por ninguna razón, no hacían más falta, ellas sobraban, se colaban entre los días de su calendario y se agregaban como en una lista de supermercado a su extensa e interminable nota de suicidio que llevaba por estos días más de trescientas paginas; tampoco tomó muy bien la noticia de su examen, no estaba preparada para eso, estaba destrozada, antes de rendir se había tomado unas cuantas pastillas para tranquilizarse porque la espera causaba estragos en su psique, se empezaba a hiperventilar en el patio mientras repasaba inquieta sus lecciones y necesitaba desesperadamente aumentar sus dosis, cosa de la cual su doctora no tenía ni idea, consideraba a su estomago destruido un precio muy pequeño para la serenidad, aun lo creía imposible, quizás se equivocaron al corregir su prueba, continuaba inquiriéndose como pudo haber sacado un puntaje tan alto.
Sabía que él la miraba de un modo lascivo desde hacía tiempo, le parecía tan inverosímil como el resultado de su examen pero durante la noche batalló con su mirada en un intento por descifrar que morbosas posiciones él imaginaba que podría retorcer su dúctil feminidad; sus ávidos ojos la recorrían de palmo a palmo, podía sentir esos bellos ojos grises apretando su piel contra sus huesos, le erizaba los vellos de la nuca el saberse violada, revolcándose en esos redondos ojos grises que no dejaban de acecharla, la observaba de una manera sumamente obscena y nadie se percataba de ello, ni siquiera Marta al principio.
Aprovechó el momento en que él salía afuera a tomar una llamada, una voz desconocida que alejaba su mirada de ella, se tomó un tiempo para decidir mientras observaba atenta su figura desaparecer tras la puerta de madera, los celos se apoderaron de su razón y lo siguió descaradamente, pero nadie se dio cuenta de su desaparición; desde el principio le llamó la atención su carisma de Rock Star, su aspecto desgarbado y su enredada y larga melena negra. Era flaco como un poste y demasiado alto para su gusto pero su cara de ángel caído le resultaba imposible de resistir y, por supuesto, esos fuertes y mesméricos ojos grises que la embrujaron desde hace largo rato.
No fue prolongada su espera; él termino su llamada, guardó su celular en un bolsillo y notó su presencia. Se escabulleron de los amigos sin mediar palabras y buscaron un refugio digno de la pasión desbordante que ardía solemne entre los dos, el único lazo que jamás los uniría; no caminaron ni media cuadra antes de encontrar la querida esquina que sirvió de abrigo para su tierna pirotecnia estomacal y al dar vuelta a la esquina encontraron el lugar ideal. Una polvorienta y sombría casa en construcción, con vigas esparcidas por todos lados, sórdida, se alzaba a medias en la noche como una invitación al libertinaje, clavos y bolsas de cemento poblaban la muda mansión de placer.
Había esperado demasiado para este momento, en el cual un hermoso desconocido le arrancaba su ropa a mordiscos cual sabueso rabioso devorando una débil liebrecilla, esparciendo su sangre y sus tripas por el oscuro campo; era la dulce claudicación, dejarse besar por ese hombre misterioso al que nunca había visto antes, dejarse penetrar como una tabla es penetrada por un duro clavo metálico, rota por dentro. Varias veces le habían contado sus amigas del dolor casi insoportable de la primera vez, ella lo recibía con gusto dando gritos, alaridos de dolor, deseosa de ser destrozada por dentro. El sexo oral no era nada nuevo pero mezclado en el éxtasis de la noche, con toda la vorágine de sensaciones nuevas, ignorados placeres y dolores, era como una lección por aprender.
Divina sensación, cada papila que acariciaba su clítoris con apetencia, engullendo las húmedas dádivas de la más cruel lujuria; todo se sentía tan nuevo y tan antiguo al mismo tiempo, la naturaleza haciendo su trabajo, probaron todas las posiciones que el había elucubrado tan ingeniosamente durante la intensa sesión de sexo visual, cuando él la desnudaba con su fuerte mirada en la penumbra de la sala, ella se había rendido exhausta varias veces pero de la nada recobraba fuerzas nuevas para continuar experimentando, sus miembros trémulos se contorsionaban en la búsqueda de su último objetivo, llegar.
Luego de esa noche, nunca más se vieron, no importaba demasiado porque ella había conseguido lo que quería y eso era todo lo que le importaba; se había, prácticamente, olvidado de ese extraño desconocido que se cruzó un buen día por su camino hasta que se empezó a sentir enferma. Casi no comía pero se despertaba con náuseas y la calamidad emboscaba sus pensamientos, durante un par de semanas trató de hacer caso omiso al asunto, no tenía dinero para pensar demasiado en eso, cuando logró conseguir el dinero necesario para comprar una prueba de embarazo y confirmar sus sospechas ya era demasiado tarde.
Al principio, trató de racionalizar la cuestión y decirse a sí misma que ese tipo de pruebas no son cien por ciento seguras, que de todas formas su periodo nunca fue regular y que sería exagerado el hecho de quedar embarazada la primera vez, muy cliché, pero bien sabía que la naturaleza no respeta ese tipo de leyes.
Luego del colegio se reunió con sus amigas en el parque, como de costumbre, guardando un silencio sepulcral mientras escuchaba la cháchara de sus compañeras como ruido de fondo, su atención se centraba en su ombligo, veía su vientre crecer irremediablemente, pensando que más temprano que tarde alguien se daría cuenta y no habría vuelta atrás, como si el callar semejante secreto lo hiciera desaparecer, entre parpadeo y parpadeo aspiraba el pernicioso humo de su cigarrillo, entonces una de sus amigas, preocupadas por su silencio meditabundo y distante le interpeló: “Cállate, Marta. Estás hablando demasiado”
Una sonrisa tímida se dibujó en su rostro, pero pronto se torno en un rictus de consternación cuando su amiga continuó: “Te noto pálida últimamente. ¿Te sientes bien?”
Era un hecho, pronto todos lo sabrían y la señalarían con dedos acusadores, la segregarían como un perro sarnoso preñado de pus, sacudido por la miseria.
“Tengo acidez, nada más” respondió escueta, en un intento deliberado de recurrir a la negación.
“¿En serio?” cuestionó su amiga con insistencia “Parece que hiciste las paces con la comida, estás más rellenita”
Antes que se acabara su cigarrillo sacó otro de la caja para encenderlo con la colilla, tratando de lucir calmada “Sí, ya ves, todo el mundo cambia”
En casa, trataba de aplacar el dolor de la verdad con su rutina alcohólica, una verdad que ni se animaba a mencionar; aumento sus dosis de pastillas para mantener la calma pero nada le daba paz mental, nada la consolaba. Aparecía con sus ojos rojos e hinchados por el llanto en todos lados, bebía hasta llorar en la oscuridad de su habitación y se despertaba vomitando sangre.
Los bellos ojos grises que en un momento la sedujeron plagaron sus pesadillas y no dejaba de escribir en su diario como maniática “Las chicas buenas hacen buenas acciones y las chicas malas se cortan las venas…”.
Cuando la gente empezó a notar, que a pesar de lucir demacrada, su panza estaba un poco más grande y las sospechas sobrevolaban el seno familiar y todos los círculos de amigos tomó la decisión. Por el mismo conducto que un día le produjo tanto placer se introdujo el tubo de la aspiradora, sabía que no podría pagar un aborto, pero nada le preparó para el dolor espantoso de la aspiración.
Lanzó un desgarrador y prolongado chillido, en la casa no había nadie que pudiera escuchar sus penas y corriese para auxiliarla, sentía como si el infierno que bullía en sus entrañas estuviera por corroer su salida hacia la poderosa succión de la aspiradora y en esos breves minutos el tiempo parecía suspenderse y dilatar su agonía, como una vendetta divina que se servía de ella para aplacar una ira misteriosa por abortar a Jesús; cuando el motor de la aspiradora detuvo su funesta marcha el lacerante malestar sólo comenzaba.
Su vagina había vomitado el fruto de su desdicha, el feto trimesino aún colgaba de su cuerpo por el cordón umbilical como un grotesco cuadro en la estéril pared de un hospital, su pequeño corazón aún latía presuroso hacia la muerte, la sangre escupida de sus vísceras se resbalaba por sus muslos. Trató de caminar pero sus fuerzas estaban disminuidas por el intenso dolor que sentía en el vientre y trastabilló poco después de levantarse, se arrastró hasta la puerta para destrabarla en un vano intento por buscar ayuda, nadie respondía a sus llamados y clamores en los desolados recintos de su casa, aunque de todos modos ese jamás fue su hogar, era más bien la prolongación de la prisión en la que se pudría de a poco.
La alfombra era lentamente tomada por el cáncer rojo que fluía voraz de entre sus piernas y reptaba como una víbora hacia el exterior, poco después la hemorragia y el espanto de ver aquél engendro al que se le escabullía la vida le arrebataron la energía y se desplomó en el suelo.
Las horas le pesaban como frías gotas de sudor plomizo, en el hospital todos creyeron que fue un aborto espontáneo, un caso extraño que dejaba dudas a su paso pero por la salud deteriorada de Marta nadie sospecho demasiado, nos dijeron que su matriz estaba severamente dañada y que probablemente jamás volvería a concebir, lo cual consideré demasiado trágico pero ella no parecía comprender la gravedad de su situación, algún día se arrepentiría de todo el daño que se estaba inflingiendo y yo no podré hacer nada para remediarlo.
Sólo atinó a rogarme que no se lo dijera a nuestros padres, no la creí suficientemente humana como para hacerle favores en ese momento, cuanto desee que hubiera sido papá y no yo quien la encontrara bañada en su propio infortunio, que le diera las zurras que se merecía, que le devolviera la razón a su cabeza pero me vi obligada a mantener todo este horrible episodio en secreto por el bien de mamá, ella no lo soportaría, algo así destrozaría su débil corazón.
La compasión me obligó a ocultar la aspiradora, si los paramédicos la encontraban así era seguro que la denunciarían ante la ley y eso hubiera sido una terrible catástrofe.
Me resultaba lastimoso el estado de desamparo en el que se encontraba y no sabía que hacer exactamente para ayudarla, era tan sólo una niña confundida dirigiéndose irremediablemente a la ruina, cualquier cosa que hiciera parecía expresar más condescendencia e indulgencia que cariño, estaba atrapada en esa mentira que estaba forzada a perpetuar.