domingo, 14 de junio de 2009

Calles frías de medianoche.


Calles frías de medianoche, calles ciegas y mudas. Las cuencas vacías de la noche rutilaban entre nubes de tormenta.
Jaulas de vidrio, blanqueados muros de antaño. La noche, bestia indómita que me rodea con sus dientes rechinantes.
Estoy. En la búsqueda de algo sin nombre, algo que no se me presentará como deber ser sino como querer ser, en la búsqueda de una ambición, quizás, o simplemente un camino para seguir.
Ese era mi pequeño manojo de certezas, probabilidades. Y aún creyendo que era yo en mi búsqueda pronto descubrí que algo me andaba buscando.
Dando vueltas como una aguja sin norte, perdida entre frígidas sombras, la incertidumbre se apoderó de mí y una repentina necesidad. Pensé que la repuesta debía estar adelante, siempre adelante. Efectivamente, había alguien adelante.
Fútil verborrea, palabras se escapaban de mi boca como baba leve hasta los oídos encerados del destino, pregunté por el camino, aquella figura pálida tenía sus propios planes, sus propias necesidades que me encontraron con la guardia baja, tenía su propio vocabulario que a mis oídos llegaban como murmullos bajo el agua, como el mundo reacomodándose 45 grados hacia la izquierda.
El tiempo parecía desdoblarse como polaroids de la escena del crimen, acomodándose uno al lado del otro como en un muro de ladrillos. Yo contra el muro, mis mejillas aplanadas sobre la superficie rasposa, mis manos detrás inutilizadas, el metal frío, más frío que la noche, mi cuerpo ardía con la fiebre de la sorpresa, un objeto contundente en la nuca y la noche apenas comienza.
No estoy segura de haber podido resistir, supongo que sería un conocimiento inútil, pues nunca opuse resistencia, sabía que alguien debía mostrarme un camino y si éste era el camino no tenía sentido luchar, el río caudaloso del deseo me llevaría a donde tengo que estar.
Entonces mis ojos se abren como muslos a la opresiva oscuridad, y mis muslos se abren como ojos, hacia un arquitecto del caos, al calor de una violencia intuida pero jamás saboreada. Hay cosas en la vida que nos llegan como arrebatos inexorables, espejos que encontramos a nuestro paso y nos confrontan, nos obligan a mirarnos desde afuera para luego clavarnos en un nosotros más palpable, más explorado.
El placer, ese monstruo casi extinto en la fauna de mi vida se me presenta como ineludible en este momento, lo estimo y no quiero cuestionar porque ahora me respira en el cuello.
Besos turbios amenazan con devorarme, mi cuerpo va tomando forma bajo el pincel de una boca y desaparece para trocarse en sentimiento, una nariz que me esnifa para intoxicarse con el aroma tibio de mi vida, desea disolverme en su sangre y que le vuele la cabeza.
Más despacio, no iré a ningún lado…
Se detiene, cavila, plantea otra aproximación. Sus manos sobrevuelan mi cuerpo lentamente sin tocarme, siento el aire aplastado entre mi piel y su piel, algo como una electricidad que nos mueve a actuar; vendas me cubren los ojos pero otro ojo oculto se abrió para ver con la luz de mi alma un escenario sin prejuicios restrictivos, alguien desnudaba el lado oscuro mi luna, me deshojaba como rosa de medianoche, los botones de mi camisa claudicaban, unas manos reptan bajo la tela, bajo el encaje para sentir la vida que exhalan mis poros.
Esas manos como cabras locas me enseñaron el camino a un bosque solitario de árboles petrificados, me abrieron las puertas al jardín prohibido, olvidado. A ratos parecía incongruente respirar, el aire huía de mí tan pronto como lo asía con la esponja dentro de mi pecho y esas manos despeñando profundamente en el agujero del conejo o quizás del gusano, proyectándose en otro universo, internándose en lo desconocido. Me sé víctima del placer, de tanto deseo desatado, de tanto ser que se expande.
Cómo mi piel se muere por ser la necesidad inmanente de otra piel por un segundo aunque sea, como ver ese segundo morir y que nazca otro. Me abraza, me aprieta contra su cuerpo como deseando penetrar en los pequeños espacios libres, el tejido intersticial que me compone, ritual de horas, se aleja.
Otro momento, me alimenta. Soy una niña malcriada que necesita que le digan que hacer y cuando. Su torso es mi plato, no podría comer de otro modo, tengo que limpiar este plato. Él conoce mis necesidades cíclicas y no desea quebrar ese equilibrio vital.
Me baña. Una ducha caliente, imagino su cuerpo desnudo junto al mío, sus manos me enjuagan, estoy empapada, me envuelve en espuma jabonosa, seguramente blanca, me empuja contra la pared fría, comparto sus deseos fraternos, su abrazo me estremece, somos siameses de la cintura para abajo. Meticuloso, me seca para que no agarre mucho el frío, me cambia las vendas por otras secas, no me deja mirarlo con estos globos de carne y agua, no quiere que vea lo que todos pueden ver con facilidad, me deja ver lo que sólo yo puedo, lo que sólo yo debo…
Ahora soy la madre ciega que amamanta el capricho de un hijo que la adora pero que terminará rompiéndole el corazón, bestia peluda con tentáculos de velcro, su lengua busca la mía como un camaleón su camino, errático, pensativo, entre nubes de dudas.
El retorno de la violencia, es un ánimo que nos posee y mete cosas en nuestra cabeza, no hay otro remedio a todo el ruido de adentro mas que exorcizar los demonios de su cuerpo en el mío. Me ata a la cama, me amordaza cosa que parece innecesaria pero me complace, cada vez más adentro de mí. Empieza a golpearme con su cinturón, primero golpes aislados, bien analizados para luego perderse en la orgásmica golpiza, el cuero grita contra mi espalda, en mi boca se ahoga el grito, a punto de desfallecer se detiene, se monta en mi espalda, lame la sangre, me sodomiza.
El dolor es un placer tan profundo…un abismo en el mar, deja escapar una lava que nos quema en la piel, nos marca en el alma.
Me parece haber dormido por siglos. Soñé con él, lo último que recuerdo antes de despertar son sus manos sobre mí, una fuerza desconocida y oscura nos separó tan súbitamente que sus manos se desprendieron de su cuerpo, lo vi derretirse mientras se alejaba. Desperté llorando pero mis lágrimas cedieron cuando lo sentí dormido sobre mí, su verga acunada como un bebé satisfecho entre mis nalgas.
Te das cuenta que un día estaremos muertos para siempre. Ya no despertar todas las mañanas, ya no soportar el peso de la vida en nuestros hombros, ya no desesperar frente al inconmensurable abismo del devenir, la negación de la negación, la disolución final, retorno al todo que un buen día nos vomito y poco a poco nos va devorando.
Esa condena a muerte eterna que es la vida…la comprendo y abrazo, pues ahora respiro y siento, sé que no siempre fue así y que jamás volverá a ser así.
Tres meses después seguía martillando en mi cabeza una pregunta: ¿Por qué sigo con vida?
De mi pecho manaba un amor como lava, que corroe todo lo demás, un amor que ya no podía erupcionar sobre aquel objeto amado, inerte. Me lleve sus manos conmigo, su tacto me estremecía pero además era la constatación de lo imposible. Son las últimas reflexiones frente al vacío, nos vemos en el fondo.
Compartimos algo puro, un clímax inenarrable, después de esta noche todo lo demás será gris y sin sentido, recorrimos un camino del cual es imposible retornar.

3 comentarios:

rakyatindonesia dijo...

hola .. Soy de Indonesia. lo siento, mi español es malo idioma. Me gusta tu artículo. Su artículo es bueno. y quiero ser tu amigo. Si las dificultades en el lenguaje que puede utilizar google traductor para traducir mi post.thank 's amigo.

indo-online dijo...

Ya ver tu blog y he leído su artículo. Su artículo es bueno, me gusta esto y espero que quieras visitar mi blog y dejar tu comentario.

Lennia dijo...

wiiiii...pucha!Estaba toda fisurada ya y termino el cuento, no vale asi...jajja...domingo cruel este,aqui escuchando Silverchair para un remember potente...me gustó todito,todito...besos nena!!