martes, 26 de mayo de 2015

22 de noviembre del 2014

¡Qué ganas de pegarme un tiro entre rosas blancas!
Teñirlas de rojo esperpento.
¿Pero qué ganás?
La inmortalidad en un rosal.

Persona inestable que detesta la inestabilidad ajena.
Soy una pasión inútil.

Terrible enamorada de niños que viven a la deriva,
de náufragos y almas desahuciadas.

Enredos en cableríos, deseos abreviados
un instante ínfimo en cuerpos y bocas
que me nombran.

Y los cables tirando de mí,
barrera entre mi yo y sus deseos,
contradicciones.

La repetición ad nauseam de los mismos errores,
ese espejo reflejado en otro espejo,
ese vértigo.

Tres días sin dormir
acurrucada en mi agotamiento.
Mi cuerpo se revela contra mi mente.

La ansiedad cae sobre mí como bandada de aves negras.
Así, los problemas de otros se convierten en mis problemas.
Mis problemas no se socializan.

Aún no me animo a lavar las toallas con las que limpié
la sangre, la mierda y la leche.

Diré toda crueldad que destile mi espíritu,
otros la llamarán literatura.

10 de mayo del 2015

¡Ay! Esto de sufrir...
Paladear los fracasos.
Alimentar a las bestias con mis sobras.
Cada triunfo es sombra de mis mayores fracasos.
Sufrir como si fuera lo único que existe.
Como si la paz y el sosiego fueran desesperanza, muerte.
Lo verdadero es aquello que se padece.

Sufrir lo indecible, lo inasible, lo imposible...
y pensar que ese mar convulso es la verdad.

Fingir que comprendo (supero/supuro) la herida
porque mis lágrimas la abarcan pero no es cierto.

Intuir (convencerme) que el sufrimiento  
infunde vida a ese velar por el final.
Como si ese hecho me justificara
y me confiriera majestad.

Las flores huelen a sangre.
Se pudre la tierra en montículos de cadáveres y larvas.
Tu ego es el altar que se alza en la cima.