viernes, 22 de agosto de 2008

Capitulo uno


El viento le zumbaba en los oídos y las frágiles hojas de los árboles se precipitaban hacia el suelo en bandadas errantes, las primeras hojas del otoño desfallecían, en primavera otras ocuparían su lugar. Sus brazos rígidos se balanceaban a sus costados para brindarle mayor velocidad, su respiración cada vez más agitada, su garganta seca y lacerante, sus piernas cruzándose con todas las ramas bajas exhibía ya bastantes rasguños que le resultaban imperceptibles, su forma era tan solo un par de manchas luminosas entre la penumbra boscosa condimentadas con un jadeo cansino.
No hay lugar a donde ir, la vertiginosa corrida es un símbolo de impotencia, para que moverse si el planeta lo hace por nosotros; sin embargo, ella corría, al menos las endorfinas servirán de placebo para las almas desahuciadas que se desplazan por el mundo con el único consuelo de saberse seres contingentes.
Cuando no pudo dar un paso más se desplomó sobre la hierba cerca del sendero, a recobrar su aliento, regando la tierra seca con sus lágrimas inoportunas, al principio sollozó en silencio pero lentamente se entregó a la desesperación con una casi complacencia, como alguien que penosamente resiste un sitio para luego claudicar sonriente mientras le cavan su tumba.
Se sabía víctima de la oportunidad y como se odiaba en las circunstancias dadas, demasiado cobarde para responder, pero tan orgullosa como para admitirlo, en constante conflicto con la acción, creyendo que el ataque es la confirmación de la fragilidad en lugar de un juego infantil.
Obsesionada con ciertas ideas que son tan reales como les permite, se entrega de manera casi orgásmica a un sufrimiento indecible, se arroja a los brazos del dolor cual ardiente enamorada, se embarra el rostro con lagrimas y tierra, saboreando la sal mientras se retuerce convulsiva.
Luego de alcanzar el clímax de su desesperación, hipando en la desconsolada búsqueda por aire, en un instante, todo acaba. Aturdida y sucia de tierra húmeda y sangre seca se levanta, continuo su camino por el sendero, llega entonces al arroyo que corre frío entre piedras, allí se despoja de sus prendas y se sumerge como poseída por un deseo irrefrenable.
Allí limpia su rostro abotagado y alivia el ardor de sus heridas, la corriente se encarga de llevarse todo lo malo, de entumecerla hasta que se atreva a caminar en la tierra seca, sosegada pero no aliviada.
Entonces se dirige a casa, ahora con la calma de un muerto.

***



Podría describir mi habitación como en mis pesadillas, sofocante y oscura, lo suficientemente grande como para conformar mi mundo; según mi madre: desordenada y sucia, según Cris y Lía: positivamente habilitada para distendernos sin muchos temores, ellos no tienen que vivir dentro.
Me entretengo en largas noches de insomnio mutilando modelos de revistas y garabateando a veces los símbolos de mi frustración, de mi deseo que lastimosamente nació extinto. Una canción disimula mi soledad, sonando suavemente entre cuatro paredes saturadas de humo, el sueño viene a veces, pesado y de improviso, imposible de combatir, o no viene.
Quizás por la fatiga y la falta crónica de sueño el tiempo se me aparecía como una masa informe y pesada, como un juego de luces, como sutil e imperceptible, la infinita representación del abúlico tedio del que me veía presa.
Había tratado de matarme dos veces durante los dieciséis años que tengo de vida, de modo que encontrarle sentido a toda la basura de mi existencia era muy importante, busqué darle propósito a todo el dolor y el aburrimiento porque estaba ya muy cansada para luchar contra aquello que no comprendía.
Sin embargo, estaba allí, con mi inmaculado uniforme blanco, completamente sola entre la muchedumbre, completamente desnuda; el colegio era sólo una comprobación fehaciente de mi alma torturada, deseaba con todas mis fuerzas que el tiempo pasara sin demora, que se terminará de una vez por todas el suplicio al que me rendía sin remedio.
Preguntándome constantemente si en realidad todo esto era necesario, desayunar la mierda de los demás, ser utilizada para recibir el impacto de la violencia proveniente de cualquier flanco pero lo que me parecía más repugnante es aquel sometimiento casi perruno al odio comunitario, con una entrega casi estoica a las bestiales fauces ajenas.
-Hola, Mina -sonrisas maliciosas.
El salón de clases guardaba fuerte semblanza con un salón de torturas moderna, engatusándonos para asistir y tirar la primera piedra, sacrificar a la madre tierra el vástago defectuoso para resarcir un error que sucede únicamente para ilustrar todo aquello que debe ser repudiado.
Una tachuela en mi asiento me da la bienvenida, dolor y vergüenza, esos seres que poco tenían de humanos para mí, me despreciaban y no se contenían al demostrarlo, sus bromas podían parecer sistemáticas burlas pueriles, pero a medida que se alejaba uno de los ojos de adultos se tornaban más salvajes.
Afortunadamente existían seres humanos que me ayudaron a encontrar el modo más simple de aliviar mi malestar, hacía poco había conocido a Cris y Lía, al principio su presencia me resultaba incómoda y rehuía su compañía; en una ocasión, durante un receso me sentí tan acorralada por ambos que tuvieron que llamar a mi madre, quien vació las pastillas de su bolso en mi cuerpo.
El cura que dirige el colegio tomó cartas en el asunto, en conocimiento de la reputación de buscapleitos de Cris y su supuesta novia Lía, se vio obligado a ponerse de mi parte por una única vez, quizá estimulado por mi débil estado mental, y suspender a ambos por tres días.
Yo me ausente por mi lado, atormentada con fiebres nerviosas por el doble de tiempo.
El doctor me había cambiado casi por completo mi medicación vitalicia de antidepresivos, ansiolíticos y anticonvulsivos. Cris y Lía llegaron de visita mientras yo convalecía por el delirio y la falta de costumbre que todavía tenía con mis nuevas mejores amigas.
Anteriormente, enajenada en mi individualismo y atontada por píldoras, no había podido notar la extraña apariencia de quienes en esa ocasión me visitaban; Lía, demasiado maquillada como para convencer a nadie de su patente inocencia, con su uniforme de colegio católico y su mirada condescendiente; Cris, quien era el menor de los tres, por su parte, exhibía una tupida cabellera negra como el corazón de la oscuridad, su sonrisa simple y una remera de alguna ignota banda de metal noruego bajo su camisa blanca.
En un pueblo tan monocromático, en el cual todos parecían salir de una misma fábrica de normalidad patológica era clara la diferencia y nuestras similitudes.
Rendida al sabor ácido, lánguido de las pastillas que circulaban por mi torrente sanguíneo, en el tibio tremor de la fiebre podía vernos rodeados de glóbulos rojos y blancos, eritrocitos, hematíes, leucocitos, eritrocitos, hematíes, leucocitos…podía escuchar casi ausente la conversación de mis nuevos amigos y responder pausadamente de vez en cuando.
-No era nuestra intención provocar en ti semejante estado -se disculpaban sus voces lejanas.
-Es nuestro deseo integrarte a nuestra élite de misántropos -seguía Cris ceremonioso, buscando ganarme con sus palabras rimbombantes, devolverme a los vivos, o más bien, sacarme de lo inerte.
-Nuestras reuniones oficiales son los miércoles a la medianoche -me paso una tarjeta confeccionada con perfección perturbadora con sus propias manos.
Extendí un brazo tembloroso, le di una fugaz mirada y por fuerza de gravedad mi mano la dejo caer a un costado.
La visita acabo cuando sucumbí al cansancio, en algún instante impreciso mis ojos se desorbitaron, convencida de que seguían allí la reunión se torno para mi confusa y extraña.
-Su arma es la culpa -repetían ambos como un padrenuestro mientras Lía realizaba acrobacias que me recordaron a un documental del circo chino que había visto un par de semanas atrás.
Ese interés que creí tenían en agradarme con piruetas y frases repetitivas me convenció de aceptar su amistad.



***



Miércoles, me encontraba deleitándome con un cigarrillo, viendo el humo semejante a la pálida cabellera etérea de la dama de los vientos agitarse en remolinos ostentosos mientras esperaba que llegaran las 12, la llegada de mis amigos al cementerio.
Podía escuchar al río regurgitando su flujo entre rocas y el lecho arcilloso, por alguna razón me recordaba al flujo acompasado de mi sangre.
Sentía un placer pecaminoso por haber introducido los sacrificios de sangre a las reuniones, como entusiasta de la edad media creí ciegamente en el principio activo en la sangría, deshacerme de la impureza por medio de la sangre.
Cris no estaba de acuerdo con mis prácticas milenarias y masoquistas, me fascinaba la mueca de asco que ponía cuando descubría una nueva cortadura en mi piel; Lía, sin embargo, tenía más afinidad conmigo en ese sentido, juntas nos confiábamos al filo voraz de una vieja navaja que había pertenecido a mi padre, así nos convertimos en hermanas de sangre.

jueves, 14 de agosto de 2008

Tus parpados cerrados como si nunca más se abrieran

Corres hacia mí y nunca llegas


Tu piel brilla en la noche de mi alma


La sal se derrama...


El sol se derrama...


El humor vitreo se derrama...


Dos agujeros negros se derraman...


Mi cuerpo es la sombra de tus suspiros.

Las estrellas brillaron más intesanmente...


El aire se solidificó a nuestro alrededor


El tiempo es la navaja que nos separa y


cual piel cicatrizada nos vuelve a juntar


Mis venas abiertas como capullos


el caliz donde saciaste tu sed


Pero yo era sólo otra chica.