domingo, 22 de enero de 2017

Día 6: Villano.

No recuerdo cual fue la palabra o la oración que al salir de su boca ejerció sobre mí el poder de cadenas. Fue algo mínimo, tal vez, un gesto o una intención.
Recuerdo que me veía como la representación de lo malo de su rebaño. Yo era la prueba de su fracaso.
Desde el púlpito vomita discursos que se me clavaron como estacas. Yo era la infiel con la osadía de cuestionarlo, desde mi crítica inocencia, la cual sería quebrantada.
Un día, después de misa, me llamó para tomarme una confesión. Estaba con problemas en el colegio, mi madre insistió. La idea de salvar mi alma a cualquier costo fue la excusa para condenarme.
Cuando cerró la puerta cayó la máscara y me cayó la ficha muy tarde.
No creía ni en dios ni en el diablo pero éste hombre santo me hizo cambiar de idea sobre, al menos, uno de los dos.
Giró la llave y se abrió la herida que jamás podría cerrar. Era una sombra a mis espaldas, alimentándose de mi horror. Mis gritos rebotaron por las paredes de piedra como puñetazos.
Bramaba sobre salvarme y la espuma le chorrea la boca como a un perro salvaje.
Cuando la sangre y la leche se confundieron en mis piernas, el vino sacramental y las hostias, la náusea anidó en mi pecho, de donde nunca más salió.
- ¡El exorcismo fue un éxito! ¡Aleluya!
No terminé de salir de mi confusión al verme constreñida de pies y manos a las patas de un catre. Mi madre parecía tan satisfecha y agradecida. En ese momento supe que nadie nunca creería mis palabras.
Había sido desvirgada por dios.

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