martes, 25 de septiembre de 2018

Día 12: Podredumbre

Si quisieramos definir la realidad tendríamos que admitir que su existencia es relativa y esta relacionada con la perspectiva, se construye desde un punto de vista.
No existe realidad que no este empañada de interpretaciones subjetivas.
Parafraseando a Kant y Anaïs Nin: no vemos las cosas como son, vemos las cosas como somos. 
Desde aquel día en el arroyo el horizonte de nuestra protagonista se desplazó, es lo que sucede cuando enfrentamos una realidad que preferimos ignorar. 
Cuando la verdad sale de su pozo no deja piedra sobre piedra en el muro de mentiras que levantamos para no ver lo que sucede frente a nuestros ojos.
Es más común de lo que se cree utilizar la negación para evadirnos de ciertas cuestiones que nos interpelan pero una vez que cae el velo no hay forma de mirar al costado.
Aquella tarde en el arroyo tuvo un momento de claridad: no sólo se sintió reflejada como en un espejo de obsidiana, ella misma era el reflejo cada vez más nítido de un mundo amenazante y hostil. 
Sentía como si la estuviesen castigando por pecar de ingenua, como las mujeres en las historias del Marqués De Sade. 
La verdad nos cambia. No sentía más temor ni vergüenza, por vez primera. Podía verse y comprender el fuego voraz que arde en su pecho.
La mente suele ser una prisión o puede ser el último refugio del libre albedrío. Ella murió en el arroyo para renacer como una verdad incómoda, como instrumento de tormento y redención, quizás uno y otro no sean tan distintos.
Desde aquella tarde, el arroyo se instaló en su cabeza como si fuera el centro de un laberinto. Por siempre bañada en sangre de víctimas inocentes del consumo. 
Meditando sobre aquel instante de claridad.
Un aroma sutil a podredumbre y claveles la acompañaron desde entonces.

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