martes, 9 de enero de 2018

Día 8: Borracha.

La mirada se perdía en el fondo de un vaso. 
Frente a ella se ahoga un recuerdo, queda sólo un gusto acre en la garganta, un poco seca y quemada por el vino, el vodka, el whisky, la caña y el ron. 
Sabía que mañana tendría varias botellas martillándole la cabeza pero lo importante era ese momento de levedad y dulce olvido.
Aunque a veces el olvido no era nada dulce, a veces el alcohol nos desviste de toda cordura y nos encierra en una habitación en la oscuridad de nuestros temores. A veces despierta las furias y escupe bilis en la cara de amigos y enemigos. A veces, como cadenas, nos restringe la voluntad hasta convertirnos en monigotes del deseo retorcido de quienes nos rodean.
Ella sabía de la violencia que habita en los corazones, la violencia que corroe la médula de los hombres. Aquellos que dicen no poder contenerse para no revelar que en verdad no quieren.
La violencia la había encontrado exangüe en sillones, en veredas, en la parte trasera de autos de tipos que prometían cuidarla de otros mas no de sí mismos.
La muerte misma le había besado la comisura de los labios en más de una ocasión, mientras su mirada se perdía en el fondo de la botella.
Había saboreado la destrucción en un vaso colmado de lujuria y alcohol. 
Suavemente le baja la garganta y le susurra al oído que mañana esto también será un mal recuerdo.

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