jueves, 5 de enero de 2012

Universalia post rem (otro fragmento).



Llegar al lugar de la cita, bajarse del auto y colocarse contra la pared del galpón, esperar. Las manos tocan la aspereza tibia del muro invisible en la oscuridad. Cada juego depende de los implicados o jugadores, emocionantes y de alto riesgo siempre salen más caros, se necesita cierta preparación.

Pasado un rato la figura es iluminada por los faros de un automóvil que se acercó hasta el galpón con las luces apagadas y gran sigilo, las luces parecen azotar la figura contra la pared, ladeando la cabeza para no deslumbrarse ve dos figuras oscuras que la toman del brazo y la llevan al interior del rodado.

Aquellos faros dejaron ver la fina silueta de una niña salida de cualquier fantasía pedófila: blusa traslúcida, falda corta de tartán y largas medias rojas con encaje, stilettos negros y melena trenzada.

Un tercer observador oculto sigue la acción y decide tomar parte siguiendo el segundo rodado sobre su motocicleta, carcomido por la penumbra.

Siempre me llevan a hoteles caros que parecen decorados con restos de la escenografía de una ópera o quizás una obra sobre la vida de María Antonieta.

Lugares completamente teatrales, con sillones y sofás bombardeados de almohadones y camas con dosel, allí la niña jugaba a complacer los caprichos de éstos caballeros, el objetivo era llenar el vacío ya sea de las horas, de los espacios, de los silencios pero antes que nada el gran vacío de la niña.

Un sillón oficia de altar de sacrificio, el ídolo se abre de piernas al homenaje, una lengua acaricia el horizonte de eventos, pidiendo permiso, preparándose para el viaje al centro de la nada. Alza la mirada para maravillarse con los ojos del ídolo, dos enormes vacuidades, de mirada oscura, condescendiente. Una mano baja entre la piernas y busca su camino hacia lo húmedo y tibio, el origen de todo, sus ansias lo empujan una y otra vez, el ídolo se estremece e inicia la comunión.

En ese momento aparece Justine, temerosa pero dócil, ya es parte del juego al que la someten Salomé y su padre. Se entrega cual cordero a ser degollado, se trasmuta toda en un vacío profundo y desesperante, los hombres necios siempre confunden la desesperación con pasión. Sobre la cama, bajo el dosel, se nos pierde, se nos escapa del momento, existe de maneras imposibles y se desvanece.

Será que de esto una ha de morir, de momentos en los que preferimos no estar, de gente con la que preferimos no compartir, de sitios que  preferiríamos no frecuentar. La vida que vivimos sin querer, sin cuestionarnos, sólo porque parece natural; un día nos despertamos y al vernos al espejo no nos gusta lo que vemos ni podemos reconocernos en ese reflejo y nuestras acciones nos suenan ajenas, nuestra biografía parece la de otra, al fin nos damos cuenta que la vida transcurrió sobre nosotros y no al revés.

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