viernes, 5 de abril de 2019

Día 14: Leche.

Tenía una lista, por primera vez en largo tiempo tenía una misión, un objetivo. Un rumbo era lo que más necesitaba, resulta agradable no sentirse tan perdida. Aunque planificar es mucho más sencillo que llevar a cabo los planes.
Sentía un vasto desprecio por Susana, cuestión por la cual ocupa el primer lugar en su lista de indeseables. Una chica bonita con un buen promedio académico, familia acomodada, ella era la envidia y adoración de compañeros, maestros, vecinos y cualquiera que la conociera. Se involucraba en toda actividad extracurricular o de beneficiencia que pudiera agregar valor moral a su curriculum pero su objetivo principal era la atención y la adulación que alimenta su ego mientras en su interior se revolvía la repugnancia por aquellos que considera menos afortunados.
Su vida y su futuro gritan privilegio, además, era bastante inteligente y no dejaba de jactarse de ese hecho. Para su madre, sin embargo, aquel era un simple detalle, una joyita más para la corona de madre y esposa que su familia ansiaba por colocar en su cabeza.
Ahora podía saborear la frustración como si le fuera propia, el sabor del fracaso amargo como el ajenjo, una incómoda insignificancia, la derrota del ego, a pesar del abanico de posibilidades su destino sería el de comerciar su cuerpo para ser una esposa trofeo en algun matrimonio por conveniencia.
Bebía su sombra y por ella fluían los recuerdos más terribles de Susana, ahora pasaron a formar parte de su memoria.
Aprovechó la oscuridad para meterse en su cuarto y sentarse al lado de ella en la cama donde compartía el sueño post coito con un noviecillo que roncaba del otro lado de la cama.
El llanto desesperado de Susana al sentir el abandono en su cuna, el llanto de una Susana abandonada en el parque, abandonada en la escuela donde nuevamente olvidaron buscarla. Un abismo inmenso de soledad abriéndose en su pecho al empotrarse al noviecillo de turno como si fuera maldición y descargo.
Odio intenso corroyendo la médula de Susana al cruzarse con ella en el colegio, finalmente, comprendió porque se convirtió en su enemiga, Susana sabía que ambas eran hijas del mismo padre. Por un segundo la duda se apoderó de ella, pues nunca conoció a su padre y su madre no era fanática del tema. ¿Sería posible?
No sólo debía extinguir a quien sabía era enemiga, la chica ideal e hija dilecta del pueblo, debía matar a su propia sangre, a la hermana que nunca conoció, la chica que cuando se cruzaba con ella la arrastraba hasta el baño para hundirle la cara en el inodoro.
Los recuerdos que bebía en su sombra eran cada vez más recientes, podía sentir dolor y asco al ver los mismos demonios que la atormentan, casi se sentía culpable por beberse una sombra que resonaba con la propia.
Ese quererse arrancar la piel que besó el demonio, leche escurriendo por la comisura de sus labios, de los labios de Susana. Podía sentir las manos del sacerdote sosteniendo con fuerza la cabellera y forzándola a tragar, él con la bestial satisfacción de un vencedor, ella con lágrimas corriendo por sus mejillas y un grito ahogado.
Un último suspiro escapó del cuerpo inquieto de la durmiente, su cuerpo se tensó por un instante y sus ojos se abrieron suave al tiempo que su mirada se oscureció como la luna nueva. Ya no volvería a levantarse de la cama.
Como sombra se escurrió por la oscuridad. Lejos, tratando de contener una arcada. Sintiendo su mente sucia y contaminada por otra mente.

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